Si hay un tema que preocupa cada vez a un mayor número de padres, este es el de la autoridad. Muchos se quejan de que sus hijos no les hacen caso y no les obedecen.
Pienso que se trata de un problema realmente preocupante ya que sus devastadores efectos no solo se sufren en casa, sino que la sociedad entera los padece. La raíz de muchos problemas de violencia y desorden en la escuela tienen su origen en el hogar.
Uno de los problemas de nuestro siglo es dejarse llevar por el ritmo vertiginoso de la vida. Las prisas y la consecuente falta de tiempo hacen imposible la reflexión y obligan a actuar muchas veces, de manera automática, espontánea y siempre en función del estado de ánimo. Si se está de buenas, se concede todo, si se está de malas se niega y se riñe. Así no hay manera de educar.
“La autoridad de los padres debiera plantearse de manera similar al liderazgo de un directivo.” Uno de los fines de un buen directivo es influir en las personas para que la organización funcione. Lo puede hacer por la vía de la coacción, de la persuasión o de la autoridad moral. Cada una de las tres vías puede ser necesaria en algún momento. Sin embargo el peso de cada una no debe ser el mismo.
La experiencia refleja que la autoridad moral es la más efectiva y humana y que solo se consigue cuando los componentes de la organización ven que el líder o directivo se esfuerza diariamente por vivir lo que pide a los demás.
Mi experiencia es que la coacción sirve de poco en la educación, diría más bien que de nada. Un padre o una madre que luchan por vivir lo que exigen a los hijos tienen mucha más autoridad y son mucho más persuasivos que unos padres que actúan por impulsos y son esclavos de las circunstancias. Esta manera de actuar y ejercer el Liderazgo ayuda a todos a ser más felices.
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